Friday, December 26, 2014

Santiago 17 - Gito Minore

Santiago 17

Es increíble como un pequeño papel con algunas letras desparejas, te pueden conmover sobremanera.
Tipo 6 de la tarde, aprovechando la fecha y el parate del habitual trabajo, me puse a revisar algunos textos complementarios para un artículo que estoy escribiendo para el GIIHMA, Grupo de investigación interdisciplinaria sobre el heavy metal argentino, que desde hace un año con varios amigotes metaleros y universitarios formamos. La idea en general del grupo es escribir cada uno un artículo y con todo este material sacar un libro el año que viene. Viniendo del palo de la filosofía, yo me comprometí escribir sobre la relación de V8 con el cristianismo,  haciendo hincapié obviamente en el disco de 1986 El fin de los inicuos.
Si bien estuve leyendo en varios momentos del año, me dejé el grueso de lectura y la escritura para estos días festivos, creyendo que iba a estar más tranquilo. No fue lo que pasó pero sin embargo, hoy 25 de diciembre me puse a revisar algunos libros, como dije, de carácter complementario. El boceto del lineamiento global del texto ya lo tengo. Entre los autores anteriores y fundamentales que pienso citar, uno es Alfredo Silleta quien en los 80´s  escribió varios libros sobre Sectas y movimientos religiosos en Argentina. Si bien el carácter medio sensacionalista que pretenden darle a sus títulos los editores de su momento, me hicieron releerlo con cierta precaución, no me llevé un fiasco. Yo los recordaba haber disfrutado a finales de los 90 cuando los leía en las remiserías donde trabajaba de telefonista. Pero obvio, se supone que ahora no soy telefonista en mis ratos libres y que tengo que defender cierto academicismo. Para mi sorpresa, era más profundo de lo que había comprado mi juventud. Obviamente peronista y necesitado de unos pesos para variar, el querido Silleta calculo que habría cambiado su título o lo craneó espectacular de nacimiento, tal como  Las sectas invaden la Argentina, el cual  ilustrado con una foto bastante particular, destila cierto amarillismo desde la tapa casi insalvable. Casi insalvable hasta que te das cuenta el contenido. El libro en cuestión, aunque sal pimentado de algunos relatos confesionales bastantes cálidos,  versa más sobre política que sobre religión. O por lo menos privilegia esa tensión. Tal es así, que en detrimento de las políticas evangélicas, el nombrado Silleta busca y fundamenta bastantes posturas en un texto de finales de los 70´s llamado Documento de Puebla.  Recordé tenerlo en mi biblioteca, entonces me lo separé para el final. Por si llegase a ser necesario alguna cita, por pequeñuela que sea.
Entonces hoy, ya con todo leído y medio cocido, me puse a abordar el Documento.
Yo creo haberlo contado anteriormente. En mi familia no era muy habituales los libros. Así que de chico, a mí se me hizo bastante complicado acceder a tener algunos. Sin embargo, hubo una mujer, muy importante en mi vida, que cubrió esa necesidad. Esa mujer era mi abuela Isabel.
Esta señora fue mi primera instructora en el hermoso arte de soñar. Cuando yo tenía 5 o 6 años me quedaba en su pequeño huerto que crecía en el fondo de su casa de Lomas del Mirador. Así acobijados bajo la parra, pasábamos maravillosos días, que no se por qué, siempre los recuerdo veraniegos. Una tras otra, esta  mujer me contaba increíbles historias de personajes sobrenaturales que mataban dragones con sus espadas o bien se enfrentaban a leones o eran perseguidos por los romanos. Así, mis primeros Super héroes fueron San Miguél, San Cosme y San Damián, San Jorge, San Roque y un loco maravilloso llamado Jesús.
Mi abuela siempre me contaba estas historias de las que nunca me saciaba. Por eso a veces, luego de contármelas varias veces algunas se reiteraban, entonces podía que dos santos terminaran más o menos parecidos, quemados en una hoguera o crucificados. Por ahí iba la cosa.
Después de estas historias, ella me preguntaba que quería ser cuando creciera y yo no dudaba: Santo. O sacerdote, que en muchos casos eran lo mismo, nada más que con sotanas cubriendo sus superpoderes.
Con el tiempo, cuando fui más grande y empecé a leer y a querer armar mi primera colección de libros, quién me regaló bastantes volúmenes fue ella. Básicamente eran un surtido de diversos misales y devocionarios. Era una liturgia bastante maceta, pero como quería leer no me importaba. Complementaba.
Con el tiempo tuve mis libros, y mis títulos propios, entonces no me importaba tanto que me regalara alguna liturgita abrochada al medio. Prefería volver a la oralidad. Nada más que los super heróes que me interesaban conocer no eran las ficciones católicas, sino el verdadero neorrealismo italiano de principios de siglo XX. Yo quería saber de dónde salía.
La vieja ya no estaba bien. Una vez, al poco tiempo de haber cobrado la jubilación italiana por la guerra que había participado mi abuelo,  entraron un par de ladrones y le pegaron una paliza inolvidable. Era una vieja bastante recoleta. No jodía a nadie. Se pasaba el día leyendo y releyendo literatura bíblica. En una de esas tardes que estaba absorta en sus lecturas, entraron y la reventaron. Entre las cosas importantes que se llevaron una fue su amabilidad, la otra, cierta parte de su cordura.
Como ya no se concentraba del todo en el presente era fácil trasportarla al pasado y que cuente cosas de esa época. Así, me enteré que era hija única de un matrimonio que duró poco y que cuando su madre se murió, su padre se casó con la hermana. Lo cual la convirtió en la hija cenicienta del segundo matrimonio de su padre, criando medios hermanos en la entreguerra.  En ese entonces, no todos iban a la escuela. Por eso, cuando uno de sus amigos empezó a ir la única del pueblo, a la salida se lo encontraba y, debajo de un árbol, le enseñaba a leer. Pequeñas. Pequeñas torpes palabras en italiano.
Se casó o la casaron. Tuvo un hijo que se le murió de hambre durante la segunda  y cuando se vió se vió en Argentina. Levantaron una casa en Lomas del Mirador y cuando quiso darse cuenta sus hijos ya eran grandes.
A mí me encantaban sus historias. Tanto la de los santos como las de ellas. Uno de esos días que por casualidad la visitaba, a finales de los noventas, antes de que me vaya me regaló un libro. Me lo dio en la mano. Me dijo “leggilo”.
El libro de marras, era un brulote verde con un título bastante pretencioso “IIIº Conferencia General del Episcopado Latinoamericano: La Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Documento de Puebla”
Lo guardé con más ternura y recuerdo de los lindos regalos que me hacía de niño que con ganas o intenciones de leerlo.
Fue su último regalo. Pronto la senilidad ganó terreno y despaciosa y tímidamente se fue haciendo una con la muerte.
Hoy, después de mucho tiempo, instigado por varias sitas del querido Silleta volví a dar con su legado. Estaba guardadito en segunda fila, en el estante de libros religiosos, como una obra menor,  que no amerita estar al lado de los Apócrifos o de las Historias de Paul Johnson.
Como todo buen estudiante avanzado, leí los para textos, los prólogos, el índice, las referencias, las cartas del Papa, para no perder tiempo abordándolo de buenas a primeras. Pero algo, que solo conservan los libros que queremos, me llevó a desviar el camino prefijado por el reglamento. Una serie de estampitas conformaban una suerte de señalización diferente, algo arbitraria tal vez. Proponían otro sendero.
Una de ellas marcaba la página 131, segundo apartado llamado “Reflexión doctrinal” de un capítulo denominado “La verdad sobre el hombre: la dignidad humana”. En el parágrafo 317 se puede leer “Profesamos pues, que todo hombre y toda mujer por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar  y hacer respetar sin condiciones; que toda vida humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su dignificación, que toda vida humana tiene que fundarse en el bien común
Me dejó pensando. Todo este choclo que a más de un académico deja perplejo eran leídos y señalados en esas tarde lomasdelmiradoense por mi abuela. Lo arbitrario de la cita no lo es tan así, conociendo de donde vino. ¿Cuánto tiempo habrá pasando escudriñando este mamotreto de política eclesiástica hasta que encontró esta cita hermosa? Se nota un trabajo de lectura y relectura que muchos no hacemos. (Sobre todo yo que me baso en paratextos o estampitas) se había deglutido el Documento así como venía, con todo su tedio y su belleza.
Entonces di vuelta la estampita que señalaba la página y me encontré con una sorpresa. Temblorosa la letra de mi abuela había escrito en el poquito en blanco que le quedaba una frase, Santiago 173…
Supe que era una invitación.
Abrí la biblia y revolví. Lo encontré: “Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos, en quién no hay cambio ni sombra, ni declinación” y más adelante culmina “Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía. La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados y en no contaminarse con el mundo
No pude más que llevarme el libro a la nariz. El olor del mismo me llevó a la casita de la nona en los años 80. No pude dejar de imaginármela sentadita en su sillón de mimbre, sorprendida por la magnitud del mensaje de la epístola a Santiago, asegurando otro presente, marcando con una birome en la estampita la cita.
La cita con la que hoy tantos años después me voy a dormir, fascinado con sus santos superheóes, soñando con el mundo más justo que tanto, “la Iglesia que nace del pueblo” como nosotros desde nuestro humilde lugar, venimos soñando y construyendo.

25-12-14

1 comment:

Sylvia said...


Me encantó y me conmovió. Como a vos, tu cuento me vino de la nada a raíz de la invitación de la Embajada Argentina en Guatemala , donde viví unos años atrás. Me dio curiosidad saber quién eras y - confieso - comencé a leer sin ninguna expectativa, esta historia que me llevó a pensar lo hermoso que hubiese sido tener una abuela como la tuya y el amor que ambos se brindaban.